Agricultura

La vuelta del comercio de carne vacuna entre China y Brasil implica mucho más que churrascos baratos

Es probable que se consolide el modelo de producción mundial intensivo en recursos

Durante el tramo brasileño del tour del primer ministro chino Li Keqiang por Latinoamérica, que también incluyó visitas a Colombia, Perú y Chile, el ministro de Medio Ambiente de Brasil anunció la inminente eliminación de la veda de tres años a la importación de carne brasileña. Nueve productores industriales de carne vacuna han sido aprobados para proveer al mercado chino una vez que la veda implementada desde 2012 cuando se informó un único caso de encefalopatía espongiforme bovina o EEB, habitualmente conocida como la enfermedad de la vaca loca– quede formalmente cancelada. Se espera la posterior aprobación de más plantas de carne vacuna en Brasil. Esta reapertura es parte de un enorme nuevo paquete de cooperación entre China y Brasil, cuyo eje es la propuesta del proyecto para el ferrocarril transcontinental, que conectará los océanos Atlántico y Pacífico. Se espera que el ferrocarril impulse considerablemente al desarrollo económico tanto en Brasil y Perú como en otros países latinoamericanos. Si bien la traza del ferrocarril aún no se ha decidido y faltan los estudios de impacto ambiental y técnicos correspondientes, se prevé que pasará a través del estado de Mato Grosso, el corazón agroindustrial brasileño, donde se concentran la ganadería y el cultivo de soja a gran escala. Si se implementa, el ferrocarril podría reducir en gran medida los costos de transporte para la carne y la soja de Brasil. A medida que crece el comercio entre ambos países y avanzan los proyectos de infraestructura, quienes viven en extremos opuestos del mundo serán cada vez más conscientes de las consecuencias ambientales que tendrá la importación China de más carne brasileña. Y la situación mundial de la industria ganadera globalizada, caracterizada por un «triángulo de la carne» entre los países industrializados productores y consumidores, los países emergentes consumidores y los países proveedores de recursos, también quedará más clara. Mayor apetito Con la creciente demanda de carne en China, el país ya se ha convertido en importador neto de soja, un importante ingrediente para la alimentación de los animales. Según los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), en 2014 China importó 73,5 millones de toneladas de soja: casi 6 veces su producción interna de 12,4 millones de toneladas. Estados Unidos y Brasil representaron más del 85 % de la oferta, con más de 30 millones de toneladas cada uno. La USDA estima que China importará 107,7 millones de toneladas de soja en 2024; esto es 7,7 veces más que su producción interna y casi la totalidad de la soja exportable que se produce en Brasil y EE. UU. In 2014, el 86 % de la soja consumida en China fue triturada para producir aceite de soja y harinas (estas últimas se usan principalmente en la industria ganadera como alimento). Se estima que este porcentaje llegará al 90 % en 2024. Pero casi toda la producción interna china de soja –que representa solo el 14 % del consumo en ese país– se procesa para fabricar alimentos basados en soja, como el tofu y la proteína de soja. Si bien la carne porcina continúa siendo la más consumida en China, el consumo de carne vacuna está aumentando. En 2014 China produjo 6,9 millones de toneladas de carne vacuna (incluida la carne de ternera), e importó 417 000 toneladas adicionales; principalmente desde Australia, Uruguay y Nueva Zelanda. Las proyecciones recientes estiman que en 2020, las importaciones de carne vacuna superarán las 770 000 toneladas, un crecimiento de más del 50 % en 5 años. En septiembre de 2014 el gobierno chino anunció una política nacional para aumentar las importaciones de carne vacuna y ovina –ambas con mayor valor económico que el cerdo– para seguir el ritmo del cambio en el patrón de consumo de las ciudades. La adopción del modelo estadounidense Un conjunto de consumidores emergentes como China sigue el modelo productivo y de consumo fijado por países industrializados como EE. UU., donde el 5 % de los establecimientos ganaderos produce más del 50 % de la oferta de carne en instalaciones industriales reducidas, concentradas, e intensivas en su uso del capital y la energía. El consumo per cápita de carne en EE. UU. supera los 100 kilogramos al año, aproximadamente 300 gramos (10 onzas) al día. En China, mientras tanto, se consume la mitad per cápita, unos 150 gramos (5 onzas) por día. Si bien no parece mucho, el consumo en ambos países está muy por encima de los niveles saludables recomendados por la Organización Mundial de la Salud. En otras palabras, el consumo excesivo de carne es algo frecuente. La industrialización de la ganadería en EE. UU. comenzó después de la Segunda Guerra Mundial. Con los años, los grandes agronegocios se han integrado para incluir a la totalidad de la cadena de producción, desde el abastecimiento del pienso hasta el envasado de la carne, y han logrado suficiente poder como para influir sobre las políticas agrícolas, ambientales y nutricionales. Impulsado por las tiendas de comida rápida y los supermercados que venden carnes envasadas al estilo occidental, este modelo de producción estandarizada está siendo adoptado en China y una creciente cantidad de «empresas cabeza de dragón» (que representan la dirección de una cadena de producción verticalmente integrada) están beneficiándose gracias a políticas de incentivos. Estas empresas están cubriendo la demanda de más carne a menores precios. Esa demanda, sin embargo, es creada, mantenida y aumentada en gran medida a través de esfuerzos de marketing. De la exportación de recursos a la sostenibilidad La ganadería industrializada –cuando está bien administrada– puede generar resultados deseables, como la reducción del ciclo de crecimiento y de los gastos generales en la crianza, mejoras en la trazabilidad, y la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero por kg de producto. Sin embargo, la actual meta de maximizar la eficiencia en términos de costos tiene algunas consecuencias preocupantes: la necesidad de alimentos balanceados que contienen antibióticos y hormonas para controlar enfermedades y estimular el crecimiento, la necesidad de grandes cantidades de agua para hidratar a los animales y eliminar sus desechos; la necesidad de usar continuamente energía para administrar la temperatura y la iluminación en instalaciones que confinan a decenas de miles de animales… y ni hablar del bienestar de los animales. Debido a la degradación de las zonas de pasturas, a otras pérdidas de tierras cultivables y a sus limitados recursos de agua dulce, para China es extremadamente difícil cubrir la demanda de carne sin recurrir a las importaciones. En los últimos años, las acciones estratégicas de China para garantizar su aprovisionamiento de carne han captado la atención del mundo. Para los productores brasileños de carne vacuna, el reingreso al mercado chino es una oportunidad para lograr beneficios considerables. Sin embargo, la deforestación para la ganadería y el cultivo de soja de baja eficiencia ya ha dado como resultado la pérdida de gran parte del «verdadero oro» del país: su agua dulce, su biodiversidad y la biomasa de la selva amazónica y el Cerrado. Esos recursos proporcionan invalorables servicios ecosistémicos de importancia global, que incluyen la regulación del clima local y regional, el secuestro de carbono, la fertilización del suelo y la prevención de la erosión y la desertificación. Algunos de esos servicios, como el secuestro de carbono y la biodiversidad, son fundamentales no solo para los brasileños o sudamericanos, sino para la totalidad del planeta. Los efectos directos e indirectos del restablecimiento del comercio de carne vacuna entre Brasil y China merecen un cuidadoso estudio. El consumo excesivo de carne ha generado enormes desafíos para muchos países, entre ellos, EE. UU., China y Brasil. Solucionar esta cuestión podría derivar en una serie de beneficios mutuos, como la reducción de la contaminación, el alivio del cambio climático, la mejora de la salud de diversas poblaciones –que redundaría en menores gastos médicos–, la mayor seguridad alimenticia y la protección medioambiental. El concepto de «deslegitimación» se ha discutido en el contexto de la reducción del consumo de combustibles fósiles. De manera similar, deslegitimar el consumo excesivo de carne puede trocar el modelo dominante en uno más sostenible. Ha llegado el momento de reconsiderar la relación entre los seres humanos y los productos animales, con la meta de un mundo saludable.